Se llama piratas a los navegantes que, a lo largo de la historia, saqueaban naves mercantes para obtener un botín. La piratería comenzó con los primeros barcos griegos, pero la palabra se comenzó a aplicar para designar a los ladrones que atracaban a los barcos que recorrían las rutas comerciales de españoles, ingleses, franceses y portugueses entre los siglos XV y XVIII. En particular, los más temidos eran los vándalos ingleses, que saqueaban a los navíos españoles que volvían de Portobelo (hoy Ciudad de Colón, en Panamá) con los tesoros del nuevo mundo. Los piratas que cometían hurtos y crímenes eran ahorcados en las plazas públicas, tras juicios a los que la población les sometía.
Después del descubrimiento de América las islas Canarias y Azores se convirtieron en lugares estratégicos en las rutas marítimas de Europa, América y Asia.
Los preciados tesoros y especies de la nueva tierra descubierta eran un gran botín para los piratas. Como estos tesoros americanos recalaban en las Islas Canarias o en las Islas Azores en su rumbo a la vieja Europa la piratería no tardó en emerger en los mares cercanos a las islas. También esta situación estratégica provocaba que los barcos que iban a América pasaran por las islas a aprovisionarse de agua y alimentos, y de camino atacasen alguna población costera. Desde los primeros años de conquista se produjeron ataques que lo que pretendían era el saqueo y la captura de indígenas Guanches para convertirlos en esclavos.
En Canarias actuaron piratas de todas las nacionalidades, pero principalmente fueron ingleses, franceses, turcos y holandeses.
Los ataques piratas a villas y puertos con fines de capturar tesoros o apoderarse de víveres y vinos se traducen en incendios, saqueos y muertes; ello obliga a militarizar las islas y como medida de precaución, las villas y poblados se asientan en lugares no visibles desde la costa.
En Tenerife, en muchos puntos de Anaga, para luchar contra los piratas, las autoridades establecieron atalayas en Tafada, El Sabinal, Igueste, etc.. Desde ellas se avisaba de la llegada de los piratas por medio de señales y también servían para guiar a la navegación.
Los piratas, delincuentes de los mares, rebeldes primitivos, productos del hambre, la desesperación y la desigualdad social, saqueadores de botines ajenos. Una actividad muy antigua que se remonta a la época clásica griega, de ahí su nombre: piratas, del griego "Pyros", "fuego", o también "incendiarios".
Caer en sus manos era una tragedia porque significaba la muerte.
¿Existieron piratas Canarios?…… pues si, quizás el mas temido y sangriento lo llamaban Cabeza de Perro.
Ángel García nació en 1800 en Igueste de San Andrés, en la isla de Tenerife, donde tenía su casa. Ha pasado a la historia con el nombre de Cabeza de Perro, pues su cabeza era deforme. Fue comerciante, negrero y asesino sanguinario de los mares. Cuando atacaba un navío mataba sin piedad a todos los que en él iban. Ya a la vejez decidió retirarse a vivir en Tenerife, pero fue reconocido y encarcelado en el castillo de Paso Alto.
Grueso y rechoncho, de nariz chata, ojos pequeños y hundidos, boca larga con separados dientes, cabello trigueño y cabeza muy abultada -a la vez que deforme- con enormes protuberancias, razón por la cual usaba ceñidor y capucha de color negro al objeto de cubrírsela.
En el barrio de San Lázaro, en La Habana, poseía un verdadero palacio cuyo aspecto exterior era el de una dulcería; por dentro, estaba repleto de espejos y lámparas con incrustaciones de oro; las habitaciones se comunicaban con puertas secretas, los cuartos estaban llenos de arcas con los frutos de las rapiñas. Desde una vivienda situada frente a la pastelería, su hijo Luis García, controlaba la entrada y salida de las personalidades (clientes) con las que su padre se relacionaba en cuestiones de pillaje y negocios ocultos.
Nunca atacó a las embarcaciones que navegaban por aguas canarias, por el contrario, el Caribe constituyó su centro de operaciones. El episodio más conocido del pirata fue el asalto que, desde su barco insignia El Invencible, efectuó al bergantín El Audaz en su recorrido desde La Habana a Nueva York. En la refriega acuchilló a los tripulantes y pasajeros, excepto a una mujer y a su hijo, quienes se habían escondido; no obstante, cuando ambos fueron descubiertos los arrojó al mar, al tiempo que hundía el barco y emprendía la retirada.
Afortunadamente, el velero italiano Centauro los recogió y al relatar la odisea al capitán, éste le mostró el retrato de Cabeza de Perro, reconociéndolo la señora como el autor de aquella matanza. Según algunos autores, desde ese momento el pirata cambió de actitud, ya que aquel llanto infantil le quedó grabado en su mente, de tal manera, que el remordimiento no le permitía conciliar el sueño. Además, como notaba que envejecía rápidamente, expresó a sus socios, personas de elevado rango social, su deseo de abandonar la piratería e incluso entregarse a la justicia, pero su hijo le disuadió, porque ello induciría a descubrirlos a todos. Comenzó entonces a frecuentar la Iglesia y entabló amistad con un clérigo, también oriundo de Tenerife, quien lo convenció para que regresara a su Isla natal, tomando el pirata la decisión de volver de nuevo a su antigua casa en donde dedicaría su tiempo a labrar la tierra y por las tardes se sentaría a observar los barcos surcando la mar. Fue así como ataviado de indiano -traje blanco, sombrero, anteojos de hombre respetable y acompañado por una cotorra- embarcó en El Tritón. Durante la travesía no salió del camarote y solo al oír el grito de tierra fue cuando subió a la cubierta para contemplar el Teide y su casita de Igueste. Al llegar al puerto de Santa Cruz de Tenerife desembarcó totalmente transformado, ya que llevaba pantalones anchos por encima de los tobillos, una chupa de grandes faldones, sombrero de guano de ala ancha, un paraguas y una jaula con la cotorra; su feo aspecto fue motivo de comentarios jocosos, a la vez que de burla por una multitud de chiquillos -situación que el pirata rechazaba con el paraguas- lo que originó que aquellos críos le tiraran piedras hasta dejarlo herido en el suelo. Cuando llegaron los guardias para protegerlo, lo encontraron intentando defenderse con un cuchillo, cuyo mango en forma de cabeza de perro, lo delató y fue encarcelado.
A partir de este episodio, pasó largo tiempo en el Castillo de Paso Alto a la espera de la resolución de su condena. Entre tanto, se distraía fumando y construyendo maquetas de barcos, sin hablar ni siquiera con sus guardianes. Al conocerse la sentencia de su muerte nadie quiso perderse el espectáculo de su traslado -a pie entre bayonetas- desde aquella fortaleza al barrio del Cabo. En los instantes previos a la ejecución pidió un habano, donó la maqueta de un bergantín a la Virgen del Carmen y para demostrar su personalidad arrogante hasta el final, se atavió un pañuelo rojo en la cabeza y lanzó una mirada y una sonrisa irónica mientras recibía los disparos que acabaron con su vida.