miércoles, 29 de abril de 2009

Galeria de Imagenes

Galería de imagenes de La Punta del Hidalgo.
Colección de fotografías del pueblo y sus "rincones".

para acceder... click aquí: http://intheisland-bitacora2.blogspot.com/

sábado, 25 de abril de 2009

"Los dos hermanos" La Leyenda de Perera.




La Leyenda de Perera.


La joven pareja, Juana y Diego, llegaron a amarse y entregarse mutua y totalmente. Un buen día un ave de rapiña arrebató a la huérfana el pañuelo que guardaba como recuerdo de su madre; Diego subió a buscarlo hasta la propia cima del risco y al cogerlo observó que era igual y correspondía al que él guardaba como recuerdo de su padre, reconociendo por ello que era hermano de la moza, como lo confirmaba al comunicárselo a la misma. Ante el incesto consumando se abrazaron y enlazados se arrojaron al mar; entonces, un rayo partió la montaña quedando en la forma actual.


"Los dos hermanos"


"Los dos terminando en punta como dos copos inmensos, tan iguales, que parece uno de otro reflejo. No hay un sitio en la comarca que fué del Hidalgo reino, del que verse no se pueda los formidables gemelos, que por la base abrazados, se elevan allí altaneros como estatuas que tuviesen sólo un pedestal de asiento."







" Y allá están los dos erguidos, como eternos monumentos perpetuando la memoria de Juana y su hermano Diego."




Guillermo Perera y Alvarez.
Romance "Los dos Hermanos". Mayo de 1900.

Enrique Castillo para su Bitácora. Abril de 2009.

jueves, 23 de abril de 2009

Papas y pescado salado.....Sabino Berthelot

En La Punta del Hidalgo.





"....Tenemos la impresión de que el alcalde pedáneo no está muy dispuesto a sentarnos a su mesa. Nuestra extraña indumentaria y nuestras escopetas de caza le dan que pensar, y estaba como indeciso antes de aproximarse a nosotros. Después, dirigiéndose a nuestro guía le preguntó qué es lo que deseábamos. Las explicaciones que se le dieron comenzaron a tranquilizarlo. El asunto terminó cuando mi compañero le mostró las credenciales que llevábamos. El alcalde tomó el papel, le dio vueltas en todos los sentidos, lo recorrió de arriba a abajo y finalmente nos confesó que no sabía leer. Entonces cogí el papel y lo leí en voz alta: ...Don Teodoro Uriarte, Brigadier de los Ejércitos del Rey y Comandante General de las Islas Canarias (aqui el alcalde se quitó el sombrero y los compadres se pusieron en pie), ordeno a todos los gobernadores militares, jefes de milicias, alcaldes y demás funcionarios públicos, prestar ayudas, socorros, asistencia y protección al señor Don Francis Macgregor, Consúl General de su Majestad Británica, y a.... .
No fue necesario seguir leyendo: el salvoconducto había surtido efecto. El alcalde ya no era el mismo hombre: nos ofreció asiento, agradeció al guía que nos hubiese llevado hasta su casa y le ayudó a descargar las alforjas. Todos nos dieron la bienvenida, y la alcaldesa, hasta entonces sentada en un rincón, nos trajo como refrigerio dos grandes vasos de vino.
Pero a pesar de todo, todavía nuestro anfitrión no acababa de sentirse tranquilo: estaba desazonado, de vez en cuando miraba para la mesa, ya servida, y parecía inquietarse al ver a sus compadres de pie y expectantes. El buen hombre parecía remiso a compartir su ración con tres nuevos invitados, pero al mismo tiempo quería cumplir con sus deberes de hospitalidad. No nos costó mucho disipar el embarazo gracias a las previsiones del buen Manrique. Hice una señal al guía: como muchacho despierto, fue donde las alforjas y extendió sobre la mesa nuestras fiambreras. Nos quedaba medio jamón, una gallina al horno y un frasco de ron sin estrenar. A la vista de nuestras provisiones el alcalde sonrió a sus compañeros y cambiando de actitud, nos invitó a cenar.
Nos reservó el lugar de honor: el anfitrión, su mujer y los compadres se sentaron a nuestro lado; el guía y los peones de la finca tomaron asiento en el suelo, mientras la morena Gertrudis, de cabellos negros y rizados, permanecía en pie para servirnos. Gertrudis, exuberante de formas, tenía la tez encendida, la voz bien trimbrada y reidora y la mirada provocativa, pero su compostura y la seriedad de sus modales bastaban para detener al más atrevido. La cena que Gertrudis había servido consistió en papas y pescado salado. Esta sobria comida es el plato típico de los isleños y lo prefieren a los mejores guisados de carne. Lo sirven con mojo, salsa incendiaria compuesta de vinagre, pimientas rojas, ajos, cilantros y en algunas ocasiones se le añade aceite, pero en este caso se trata de un lujo. Tan pronto los platos estuvieron puestos, el anfitrión nos sirvió cumplidamente y todo el mundo se puso a dar buena cuenta de la cena. Yo sazoné mi pescado tal y como lo hacían mis vecinos de mesa. Pero tan pronto le tomé el sabor a la infernal salsa, mi paladar quedó como electrizado, tenía fuego en la garganta y me corrían las lágrimas. Mi compañero, viendo el trance en que me encontraba, no intentó imitarme: nos vengamos con las papas, que sustituían al pan, que no tenían. Es raro que se amase en estos caseríos; los campesinos sólo comen gofio, harina obtenida del trigo y del maíz tostados. Se había servido en abundancia en una gran hondilla de madera: el alcalde hacia pelotitas que empapaba en el mojo; sus amigos se contentaban con tomar repulgos en la palma de la mano, y se los lanzaban a la boca sin perder una migaja. Quise probar a hacer lo mismo, pero sólo conseguí dispararlo y lanzármelo hasta los ojos . Decididamente no andaba acertado...Gertrudis se reía a carcajadas. Mal hubiésemos quedado, a pesar de la atenciones de nuestro anfitrión, de no ser por nuestras reservas. Le entramos con ganas a los restos del jamón y de la gallina fría, de los que pronto no quedó nada. Nuestros vecinos hacían gala de su buen apetito, y el grupo que estaba sentado en el suelo no rechazaba nada de lo que le servían. Le llegó el turno al postre: higos de leche frescos, espolvoreados de gofio, ñame, cocido y cortado en rodajas en un plato con melaza, queso de leche de cabra, algunos plátanos y unos pastelillos de miel."







Texto extraído del libro: Sabino Berthelot, Primera Estancia en Tenerife (1820-1830)
Aula de Cultura del Excmo.Cabildo Insular - Instituto de Estudios Canarios
Santa Cruz de Tenerife. 1980.
Sabino Berthelot. 1794-1880
Enrique Castillo para su Bitácora.2009

domingo, 12 de abril de 2009

Canal IntheIsland

Canal IntheIsland es "mi caja de vídeos", simplemente es un canal en YouTube, donde guardo los vídeos que me gustan.
Si lo vistáis podéis ver vídeos que considero guapos, vídeos que he visionado y que quiero compartir....hay un poco "de todo", incluso alguna creación propia como Navega 2.0, Navega, Cozumel Fotografia Submarina, Temporal 1.0 y El Color de las Antiguas Postales.
Espero que os guste...


Click aquí para entrar.......

http://www.youtube.com/user/intheisland





Enrique Castillo para su Bitácora. 2009

domingo, 5 de abril de 2009

Anaga, 28º 32' N. - 12º 31' W.

Es preciso haber aspirado el perfume del bosque para concebir lo que el espíritu experimenta, de intenso goce, en medio de esta atmósfera llena de vida. La paz del lugar, su grandioso aspecto, sus bellezas virginales llevan el pensamiento a la meditación. El hombre, inmerso en este ambiente, se identifica de alguna manera con el exuberante desarrollo de la vegetación; su corazón se dilata, el movimiento arterial se hace más fluido, los músculos cobran una nueva energía; un aire puro y suave tonifica los sentidos y sosiega las pasiones. La suave temperatura, la serenidad del cielo, el murmullo de las aguas invaden la mente de ideas de paz y felicidad.

Sabino Berthelot. ...un mes de Abril. (1820-1830)




Fragmento extraído del libro de Sabino Berthelot. Primera Estancia en Tenerife (1820-1830)
Enrique Castillo para su Bitácora. 2009.

Desde Afur a Punta Hidalgo por Sabino Berthelot


Fue precisamente en los riscos de Afur donde recogí, junto a lo mejor de la flora canaria, especies raras que hubiesen constituido el orgullo de nuestros invernaderos, en especial esa bella malvácea de flores de un rojo de fuego que Josefina gustaba cultivar en la Malmaison. Descendimos por una lomada cuyos ribazos estaban guarnecidos de jazmines y lavandas, el arrebol elevaba sus soberbias ramas hasta la altura de los arbustos, las digitales y las salvias, mostraban sus flores abiertas a los primeros rayos del sol; las floridas ramas de las retamas, agitadas por una suave brisa, se balanceaban en el aire.
El angosto valle de Afur pertenece a una familia noble. Su actual propietario es el coronel D. Tomás de Castro. El caserío está constituido solamente por seis viviendas rurales. Los medianeros que allí viven pagan en calidad de uso de la finca un arrendamiento, consistente en una pequeña parte de la cosecha de trigo, una gallina y un ramo de flores. Este tributo varía según los términos del contrato, pero el señor coronel, dueño de siete mayorazgos, no es demasiado exigente y se conforma con lo que le llevan. Don Tomás vive en La Laguna; nunca a visitado sus propiedades de Afur, las que solo conoce por referencias.
La angostura de Taborno, que cruzamos después de haber dejado Afur, nos pareció lugar más ameno y mucho mejor cultivado. Nos quedaban tres valles más antes de llegar a La Punta del Hidalgo, donde nos detendríamos. Nuestro guía nos condujo por la orilla del bosque, a la sombra de laureles y hayas, mientras descendíamos a los talwegs para después remontar las aristas que separan esta serie de valles colaterales. Al Oeste de Taborno se yergue un roque colosal que se eleva, amenazante en lo alto del valle y como si intentara sepultarlo. Es el Roque de Chinamada, al que el mas osado orchillero en vano intentaría escalar. Las oquedades de sus paredes sirven de refugio a las aves de presa, y en la cima, desafiando el hacha de los leñadores, un bosque centenario. Formidables escarpes cierran el paso a este enorme cipo, al que desde la lejanía se confundiría con un monumento ciclópeo. Su aspecto sorprende y sobrecoge. El risco de Chinamada está suspendido sobre el abismo, y el caserío esta en lo hondo, al borde del barranco y al pie de la montaña. ¡Que espantosa catástrofe si este gigantesco frontón se desprendiera de su base y se precipitara de golpe en el valle!.
Después de pasar las degolladas del Batán descubrimos a lo lejos La Punta del Hidalgo. El barranco es menos fragoso, el relieve es más suave según se desciende hacia la costa y las laderas menos abruptas, dejan abiertos espacios más anchos. Todo cambia a nuestro alrededor a medida que nos acercamos al mar; el cielo, la tierra, el aire cobran un aspecto distinto. El oloroso tomillo, los brillantes inciensos y la algodonosa salvia sustituyen al bosque y a los frescos helechos. Vamos a través de esta olorosa región que un vivo sol ilumina y descendemos por las lomadas del litoral. La naturaleza cambia; aquí los balos, tristes y desmadejados como pequeños sauces llorones; los cardones, formados por múltiples fustes sin hojas, y del que mana un látex cáustico. Más allá, cactus erizados de picos, plantas monstruosas de hojas sin tallos, con los bordes llenos de frutos y de flores.
Los acantilados de Adaar, que debemos bordear para llegar a la Punta del Hidalgo, tienen más de quinientos pies de altura, y se prolongan hasta la desembocadura del Barranco del Batán. El mar, en días de temporal, viene a romper violentamente contra estos baluartes basálticos. Pero no advertimos señales de tempestad mientras descendemos por la escabrosa orilla del barranco. La ola llega tranquila a las cuevas submarinas que llenan de oquedades la orilla rocosa. Y de un modo intermitente oye bajo nuestros pies un sordo fragor.
Estábamos sobre la saliente plataforma o promontorio de la Punta del Hidalgo y nuestro guía nos conduce hasta una gran edificación campesina, la mayor del lugar, que se encuentra apartada del caserío. Se trata de la casa del alcalde. Nuestra súbita aparición puso en movimiento aquella granja aislada; los perros nos seguían, ladrando, los niños nos huían cuando nos acercábamos a ellos, y al llegar a la puerta de la rústica vivienda el dueño pareció sobresaltarse ante nuestra visita. Lo sorprendimos en el momento de sentarse a la mesa, con tres compadres a los que tenía como invitados. Después de diez horas de marcha, sí que llegábamos en momento oportuno.






Texto extraido del libro: Sabino Berthelot, Primera Estancia en Tenerife (1820-1830)

Aula de Cultura del Excmo.Cabildo Insular - Instituto de Estudios Canarios
Santa Cruz de Tenerife. 1980.
Sabino Berthelot. 1794-1880

Enrique Castillo para su Bitácora.2009